Un día a la vez

Durante el proceso natural de construir la vida que deseamos vivir, ya sea de forma conciente o no, siento que nos vemos cayendo a una trampa constantemente.

Una que nos tiene mirando hacia el futuro compulsivamente, buscando encontrar la realización a través de los objetivos que logremos cumplir.

Esto, claramente, pareciera tener sentido, pero en mi experiencia y en consecuencia de la forma en que se vive la vida, lo más importante a construir de forma deseable no está en una lista de metas a cumplir, si no en el día que viviremos.

¿Qué tenemos a nuestro alcance para hacer aquello que nos aportará con la realización que deseamos, si no es este presente, este instante?

Porque la vida se vive aquí mismo, en este momento y en ningún otro: La clave para el buen vivir pudiese estar oculto no en el futuro, si no en el presente que tenemos.

En la conciencia de que vivimos al final una sucesión de días cuyo principio y fin si bien está en cierto grado impuesto a través de nuestro trabajo, estudios u otras responsabilidades propias de la vida, existe un márgen en el que podemos decidir qué hacer con este tiempo, y ya sea por negligencia o pura ignorancia, tendemos a menospreciar estos pequeños espacios de nuestra vida y dejándoles al azar, lo que muchas veces nos mantiene rellenando con actividades que no nos satisfacen en lo absoluto; solo llenan un vacío.

Pero ese vacío -este márgen de intervención en nuestra vida- es el campo de juego sobre el que podemos determinar y elegir con conciencia aquellas cosas que nos gustaría perseguir o disfrutar.

¿Qué oportunidades no tenemos si no las propias de nuestro tiempo para construir aquella vida de realización que deseamos?

La urgencia aquí está en proteger tu tiempo: En volverte consecuente con aquellos espacios en tu día que tienes a tu disposición para destinarles hacia aquellas cosas que te aportan una satisfacción profunda, no así como el nivel de “satisfacción” que te pudiesen aportar las actividades de dopamina barata.

Y con esto, no quiero caer en extremos comunes de esta época: Condenando todas las actividades menores y no productivas como si fuesen un enemigo que evitar, no se trata de eso.

Se trata de reemplazar aquellas actividades que te satisfacen menos -como lo pudiese ser perfectamente cualquier período de tiempo que pasas en redes sociales- por otras que te aportan más bienestar y satisfacción, como lo podría ser hacer música, bailar, dibujar, escribir, entre muchas otras.

La guerra no debe ser contra el pasatiempo, porque en cualquier vida que valga la pena vivirse este espacio tiene un componente sagrado de respeto y dedicación para hacer estas cosas “no-productivas” en el diario vivir.

Si no, la guerra está contra aquellas formas de entretenimiento barato que te privan de las experiencias que más disfrutas de hacer; darle el espacio a actividades de nivel 3 o 4, cuando podrías estarselas dando a aquellas de un nivel 8-9, en términos de satisfacción.

La palabra aquí es la consecuencia. No la consecuencia del actuar directamente, con ese carácter de juicio propio de las discusiones que buscan hacerte sentir culpable por el error que podrías haber cometido, no me refiero a esa consecuencia. Hablo de la consecuencia con tus propios deseos: El ser responsable en alinear tu vida con aquellas cosas que eres conciente de que te hacen bien.

Solo en esta responsabilidad contigo mismo/a, tus deseos y en primer lugar, con tu día, vas a ir encontrando más de aquellas emociones positivas que deseas encontrar.

Lo otro ya va con la dedicación, pero ese podría ser tema para escribir otro día.

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